Lola Noguera

5 textos incluidos en el libro «Azules, ocres y el paso del tiempo».

Paisaje de mujer
Aquellos lugares en los su mirada se abre al azul, color frío que recoge el tono cálido del mar y cielo. Cuando el gusto por descubrir detrás de una puerta la vida suave de la naturaleza se enmarca en la lente un lugar, un espacio, el del infinito que se mueve. Sólo buscó el hueco de la sonrisa que hace la ola escorada en la orilla pálida de la costa y sin embargo, encontró la roca de volcán que cubre con su peso la isleta de aristas rojas. Porque desde la ventana cerrada observa las luces en burbujas de la pared, bolitas de espuma sobre el azul arañado de la edad. Trozos de realidades emplomadas que hacen del tiempo plúmbeos cuadrados en cristales; huecos pequeños que reparten la vida en llanto y risa, y buscan el guiño de su delgadez vistosa más allá del vidrio alado del amanecer. Desde el camino, la carretera o el sendero se acerca a la alegría del sol con paso largo sin detenerse en más destino hilado que el de su sueño. Matices de rojo sangre matizados por muros que se rodean al atardecer de su sonrisa. La tierra y el cielo, el mar y la arena. Silueta de mujer.

Ajuares
Si buscas en el ajuar de la vida encuentras su cuerpo inclinado hacia los avatares de su cocina; porque la plata de sus sienes se mira en el espejo de la juventud que rasura la cara dispuesta a la conquista. Si buscas en su paso lento que se abre a su hueco te miras en la blancura sencilla de su ropa natural mientras el movimiento ágil de un joven se revuelve en compromiso. Pero si te acercas a la expresión sabia de su cara y a la arruga de su cuello vas al camino de la escritura, de la mano que sujeta el papel mínimo para fijar y ordenar el pensamiento. Ella, viejita, atraviesa la vida dejando atrás aquel dolor de la mirada infantil, aquella que el niño enseña con la negrura de sus ojos en una mirada densa de gesto y esfuerzo, de afán y decisión…, como si la caricia fuese golpe y el beso dolor. Vidas de piel morena que pelean con la vida, que se agotan en el movimiento de su fibra delgada, que buscan azules. Vidas.

Solo una vez
El fotógrafo mira solo una vez un paisaje, seres humanos, espacios llenos o vacíos, interiores o exteriores, retratos ambientados o no, mira. Enseña con su mano el camino detrás del parabrisas mojado de lluvia o el adorno natural de un patio que se envuelve de arte. El fotógrafo se esconde y se muestra en la sombra de su cuerpo pegado a la cámara para dejarnos la osadía de una ciudad entera cuando llega el momento de luz que espera; y nos pasea por las calles que van al malecón, al tiempo viejo del coche antiguo o la conversación entre una barra de un hombre y una mujer. Ya son nuestros, los tenemos, y los revolvemos entre recuerdos, sensaciones hasta el abismo de nuestra memoria como ese cortado azotado por la lluvia que roca nos seduce en la nostalgia.

El fotógrafo, el artista, mira solo una vez lo que necesita ver.

Un okupa en la memoria
La mirada de la nostalgia en el rostro del pasado o del futuro, del presente o de la espera. Porque entre la vejez o la niñez nos enseñaron que la vida pasa como esa mítica y literaturizada imagen de la vida en un viaje o de un viaje para la vida nos marcó en la espera de una estación en Berlín y en la de una niña arropada en la pared. Sin embargo, la marca del paso por una puerta en Cuba o los años de memoria en los azules ojos de la madurez marcan el mismo y suspendido tiempo de lo que ocupa nuestra memoria en la sala de espera de la lanchita de Regla. Un okupa que fue azul y será tierra, lo que sí y lo que no; lo que esperamos que sea, el devenir de la memoria. Un okupa.

Una guía, en pareja. La partida.
Porque sobre gustos sí hay mucho escrito; todos los preceptos clásicos, greco-latinos, que plantearon los cauces de la estética con cánones menores o mayores como la universalidad. Porque las preceptivas renacentistas que se cuestionaron a los clásicos ordenaron en tratados los valores de la estética, del gusto…; “para gusto los colores” dice la sabiduría popular, o no, “para los colores el gusto”. En nuestro inconsciente colectivo se guardan los preceptos, las simbologías religiosas o paganas, el sentir social, la educación, las sensaciones estéticas, esas y no otras. Azul del mar y del cielo, ocres de otoño y tierra. El nacimiento y la niñez azules, la madurez y la vejez otoñal…, el frío y el azul, el calor y la tierra ocre: la vida.

Porque el mundo interior y sus cauces estéticos es el que nos salva, la guía desde donde el vigía guarda la playa, el que llenan las pareja cuando hablan, los compañeros que miran el mar, o ese paseo final hacia la partida. Integramos la belleza como la expresión del universo interior que J.M. D-M nos muestra, el suyo, el de sus azules y sus ocres.

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