Ana Peláez

Díaz-Maroto, el retratista sincero, el paisajista intemporal, el que mira a la cara, el que se introduce sin prisa, pero sin pausa en los ambientes antes de disparar. Fotógrafo viajero.
Viajes que no buscan lo excepcional y nos llevan hacia la cotidianidad: su tío afilando la guadaña, un guiño, niños jugando en el agua, unos ojos tras el cristal… momentos llenos de miradas que nos dicen más del lugar fotografiado que miles de postales. Esos blancos y negros se hacen presentes en un documentalismo intimista y sencillo que nos transporta a la emoción. Fotógrafo de lo cotidiano.
Sus imágenes cumplen a la (im)perfección la cualidad ancestral e inconsciente de la fotografía, llevándonos a contemplar no tanto el lugar donde están ocurriendo las cosas sino una reelaboración del momento, presente en nuestra imaginación y en nuestros recuerdos. Intimidad compartida que sale a la luz. Fotógrafo de la vida.
Siempre con la cámara en la mano, dispuesto a ayudar, dar ideas, acompañar en los proyectos, a crear ilusiones, a contagiar dinamismo y energía. Buen comisario, mejor amigo, estupendo maestro. Gran fotógrafo.

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